domingo, 25 de enero de 2009

Si está



No puedo dormir
por haber hecho la siesta
por haber sido pasivo
admirado la lluvia
que encierra
obliga
apura refugios
enfría
te eterna
deshidrata
ahuyenta
riega de calma
enferma de sosiego.

Sol
no aparezcas
no he descansado aún,
necesito reencontrarme
con las furias de mi inconsciente.

jueves, 1 de enero de 2009

El cuervo

Ni un centímetro de su rostro es europeo. Algunas arrugas comienzan a surgir en su frente y comisura. Eternamente bronceado y de cabellos poco acariciados por cremas de enjuague, cada mañana vaga por las veredas de mi barrio. De rasgos toscos y poco simétricos, mirada amarga y convencional, se esconde entre la multitud como hormiga en fila india.

Las voces del barrio susurran un apodo que le calza perfecto: el cuervo. Esta sutil denominación no coincide con lo macabro de la poética de Poe sino con una imagen representativa del ave. Ya ha aprendido a desembarazarse del remordimiento. Por las noches, su cabeza no pesa tanto como antes cuando la culpa no lo dejaba dormir. Cuatro chapas y ladrillos apilados al azar lo resguardan de las inclemencias del tiempo. “Cuidador” es la excusa oficial para sobrevivir en el baldío con un cartel de venta sempiterno.

No hay besos reservados para niños que quieran preservar el linaje. Ni caricias en la piel para amantes-compañeras. No se conocen padres, hermanos o nietos. No caminaron jamás junto a él figuras que soportaran una similar descripción física. Es lo que vemos de él, lo que nos muestra y lo que oculta. Una soledad caminante y un camino de soledades.

Lo he visto en el taller mecánico de Héctor pasar las horas, aunque no entienda el oficio y sólo sirva mate, rodeado de canes desprotegidos y poco pulcros. Ha hecho “changuitas” para distintos vecinos: entrar en sus casas materiales para la construcción (armado de carretilla y pala); pintar frentes de locales, casas y rejas; llenar volquetes de escombros; desagotar de ramas molestas a árboles frondosos. Sin embargo, los susurros barriales gritan que el cuervo hace “otros” trabajos, en la penumbra. Podríamos llamarlo “inteligencia estival”, es decir, la asidua observación de los movimientos específicos de una familia en la cotidianeidad particular de la época estival. Una inteligencia eficiente le indica al observador avezado cuándo ocurre un cambio en la conducta rutinaria; lo cual puede significar que la familia partió de vacaciones, por ejemplo. Hasta aquí, la labor de nuestra ave. A continuación, la venta de la información clandestina al mejor postor.

Esos susurros barriales desconfían del cuervo lo suficiente como para ofrecerle trabajar para ellos. Intentando, de esta manera, hacerse amigo del potencial enemigo. Intentando, de esta manera, ocupar al cuervo para agotar toda posibilidad de ocio. Intentando, además, de esta manera, amainar el pavor que causa su presencia (o su capacidad de acción), su andar impertérrito y la real ignorancia del origen de su recaudación monetaria.